lunes, 7 de mayo de 2012

A César lo que es de César

El domingo por la tarde la voz de César Fernández-Trujillo de Armas se apagó, se ahogó en una garganta que había producido millones y trillones de palabras construidas en un sinfin de programas radiofónicos en los que destaca la versatilidad de sus opiniones, o "las guachafitas" -juegos de palabras y ocurrencias varias- que tanto le gustaban a la hora de sintetizar sus pensamientos etéreos.

Era grande en su trabajo. Lo sabía hacer por intuición y disfrutaba cuando se ponía delante de un micrófono. Lo hacía en la intimidad de un locutorio y en el escaparate de un escenario en las múltiples fiestas, presentaciones o veladas verbeneras a las que acudía con la profesionalidad de un maestro de ceremonías metido totalmente en su papel.

Trabajar junto a él te daba otra dimensión de la profesión. Siempre tenía a punto la reflexión ingeniosa, el golpe ocurrente sobre lo que acontecía y además respetuoso. Tranquilo, desapasionado y casi con un punto de bohomía. ¡Qué tio más legal! ¡Qué manera de criticar sin molestar! ¡Qué forma de decir sin ofender y casi arrancando una sonrisa por la ocurrencia!

En alguna ocasión le picábamos para que fuera más mordaz en sus análisis en El Remache, la primera tertulia radiofónica en la que analizábamos la vida política y que estaba formada únicamente por periodistas en activo y que durante años dirigí. Aquel grupo de profesionales expresaban en voz alta lo que querían, unían sus informaciones a sus opiniones y conformaban unas reflexiones en voz alta que aglutinó a una audiencia deseosa de oír lo que decían Ricardo Acirón, Jorge Bethencourt, Paco Perez, Leopoldo Fernández y el propio César Fernández. Vivimos de todo en aquel locutorio del cuarto piso de la calle de La Carrera en la que cada noche de 9 a 9,30 salíamos al aire. Desde presidentes autonómicos ofuscados con nuestros comentarios a políticos de toda categoría celosos de no ser más objeto de comentario. Y César jugaba a las palabras cuando le tocaba o se enervaba con el sarpullido de pleito. Era un estilo del estilo.

El domingo por la tarde decidió que debía volver a ver a Tere, su mujer de toda la vida y que hacía mucho tiempo que le dejó en soledad. Y se fue a buscarla. Yo hoy prefiero pensar que lo hizo sin decir nada a nadie, sin molestar ni a sus hijos que fueron a buscarlo para salir a comer. En el entierro del lunes un amigo común, al que Dios no conduce por la senda de la diplomacia ni del buen gusto, intentó chafarme esta foto virtual de la marcha de César, pero he decidido borrarla de mi mente. Quiero pensar que se fue plácidamente, tal y como lo vi en la noche del domingo cuando recé junto a su cadáver y cuando le dije, telepáticamente, que nunca había imaginado verlo así y verme a mi. En esa conversación mental volvimos a hablar de la fonoteca que nunca vamos a terminar. No me decía nada especial, le recordé que habíamos quedado para el día siguiente en el que le entregaría la sintonía que me había pedido y los pies de micro del recuerdo y le pregunté qué hacía yo ahora con todo eso. Todavía no me ha contestado.

Hoy lo sigo llorando y a pesar de que no nos veíamos todos los días, ni todas las semanas, ni siquiera todos los meses, el simple hecho de saber que ya no está me hace echarlo de menos. Y no puedo seguir, porque tengo que deshacerme un nudo que me está ahogando.

Esto es un tributo al César de la radio, al amigo, al compañero, al maestro...